Las luces y las fincas de la ciudad me impiden ver la noche en su estado puro.
Cuando me asomo a mi balcón, ya entrada la noche, rápidamente miro al cielo, pero no veo más que un pedacito de éste mezclado con aviones, antenas de las fincas, luces… en fin, me desespero. En esta vida moderna no existe el cielo, no existe la luna, no existen las estrellas.
Desde que mi memoria alcanza el recuerdo, mis padres me han llevado todos los días festivos a la montaña, lejos del ruido y del progreso, entonces alli pasan las horas alegres, allí llega la noche.
Me refugio entre los árboles, tumbada en el suelo y miro la hermosa bóveda nocturna,¡cuántas estrellas!
Es un espectáculo maravilloso.
Me entretengo buscando la osa mayor y la osa menor, deseando ver una estrella fugaz y que me conceda un deseo. Me sumerjo en mis pensamientos mirando al cielo, preguntándome si habrán más mundos en esa inmensidad, otras vidas, otras formas de pensar.
A veces, llego a perder la noción del tiempo, cuando gracias a las estrellas, vuela mi imaginación, es una sensación extraordinaria, ¡ no existen los relojes!
Para mí observar una noche estrellada es una fiesta de la que pocos pueden o saben disfrutar, por eso soy afortunada… dispongo de una inmensidad oscura y estrellada y a mí, ni a nadie le cuesta nada.
Pero todo lo bueno se acaba y durante cinco días más, tendré que asomarme a mi balcón y no habrán estrellas ni deseos que valgan.
La redacción la escribí para el colegio, cuando tenía unos 11 años, recibí bastantes elogios de la profesora y al volverlo a leer pienso que mantengo las mismas inquietudes. La foto es del cielo que me inspiró en aquellos maravillosos años 80.
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